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#DC Comics

La historia detrás de “Una muerte en la familia”

El reconocido escritor y editor Dennis O’Neil reflexiona sobre los eventos que terminaron con la muerte de Jason Todd, el segundo Robin. No dejes de leer la historia completa en nuestra edición de Una muerte en la familia.

Protesté al menos una docena de veces: “Nosotros no matamos al Chico Maravilla. Fueron los lectores”.
Comenzó como una pregunta. Sabíamos que la tecnología para organizar una votación telefónica entre los lectores estaba disponible, y nos preguntamos si podríamos usarla… La idea también era extender nuestra política de evaluar y prestar atención a las opiniones que los fans expresaban en cartas y conversaciones, tanto en convenciones como en las tiendas de cómics. Si lo hacíamos, seríamos los primeros y no queríamos desaprovecharla en cualquier minucia… preguntar si las botas de Firestorm debían ser rojas o amarillas no sería una pregunta adecuada bajo este contexto, porque inevitablemente cada voto costaría cincuenta centavos por llamada. La votación tenía que ser por algo importante. Algo de vida o muerte. Tampoco podíamos crear un personaje y dejar que la audiencia decidiera si este moría o vivía, debía ser alguien que tuviera un lazo sentimental con nuestros lectores. De lo contrario, el resultado no justificaría el precio y la molestia.

Robin era el candidato ideal.

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No aquel Robin de nombre Dick Grayson. Ese Robin formaba parte del Universo DC desde 1940 y sabíamos que era muy querido. Además, había dejado a Batman para convertirse en el líder de un grupo muy popular de jóvenes superhéroes llamado los Teen Titans. No, el Robin que teníamos en mente era la versión actual, Jason Todd. Jason había sido creado cinco años antes por Gerry Conway y Gene Colan bajo la dirección de Len Wein, y cuando la compañía decidió renovar la continuidad, el personaje fue reinventado por Max Allan Collins y Chris Warner. Este Robin, Jason… Bueno, no sabíamos qué pensaban de él. Parecía que algunos lo querían, otros no tanto. Otros más sugerían que Batman conmemorara su quincuagésimo cumpleaños –en 1989– regresando a lo que había sido cuando se publicó por primera vez: un solitario implacable. Así que teníamos a un personaje cuya popularidad era, cuando mucho… incierta, y también teníamos un experimento telefónico que queríamos probar.

Comenzamos una larga trama que culminó con Jason atrapado a mitad de una explosión en BATMAN 427 y, al final de ese número, se informó a los lectores que ellos decidirían el destino de Robin llamando a un número telefónico para mantenerlo con vida y a otro para matarlo. Tenían solamente treinta y seis horas para actuar. Yo tenía dos versiones de BATMAN 428 en la gaveta, esperando el veredicto.
Recibimos 10,614 llamadas. El conteo final: 5,271 a favor de dejarlo vivir y 5,343 en contra. Hola y adiós, Jason Todd.

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Uno de los votos a favor de Jason fue mío, sabía que quitarle un Robin –cualquier Robin– a Batman era un asunto arriesgado. Algunos historiadores de la cultura pop argumentan que Robin era un ingrediente vital para el medio siglo de popularidad que había tenido Batman, un contrapeso necesario ante la sombría severidad en el mito del personaje, y creo que no estaban equivocados. Cualquier alteración esencial a una serie tan extensa necesitaría una amplia redefinición, un sinfín de malabares editoriales. Si ocurría, la muerte de Jason me traería muchas horas de trabajo.

No estaba preparado –empáticamente hablando– para la reacción. Cuando los medios se enteraron del fallecimiento de Jason, nuestra publicista estrella Peggy May comenzó a recibir docenas de llamadas. Estuve hablando durante tres largos días de trabajo y una parte del cuarto, hasta que Peggy declaró una moratoria. Hablé con periodistas. Con disc jockeys. Con gente de la radio y la televisión. Aquí y en el extranjero. Una y otra vez les expliqué como había sido la votación, les expliqué que la decisión final no fue de DC. Hasta el día de hoy: noviembre de 1988, mientras escribo esto, la carpeta de prensa aún no está lista; sabemos que la historia apareció en cientos de periódicos y en numerosas transmisiones de radio y televisión.

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No debería sorprenderme. Trabajé en Marvel Comics cuando la editorial decidió matar a Phoenix, a un miembro de su revista más vendida de los X-Men. Y cuando Frank Miller escribió la muerte de su creación, Elektra, en Daredevil. En ambos casos la reacción de los lectores fue vehemente.

En ocasiones olvidamos cuál es –por lo general– la parte más gratificante de nuestro trabajo: Ver a nuestra audiencia involucrada en las historias. Aquellos que consideran a las sagas de superhéroes como mitología moderna están equivocados creo yo, porque la mitología involucra la religión de una u otra manera. Pero eso sí, estas sagas son más que sólo entretenimiento para muchos lectores; son el equivalente post industrial de las leyendas y las fábulas y como tal, han permeado en lo profundo de la psique de numerosas personas. Algunos consideran que no debemos hacer concesiones, porque las historietas tocan esa parte de nosotros que es inocente y maravillosa, esa parte que puede anhelar; nuestra capacidad de asombro.

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Pero al igual que los cuentos tradicionales, también estas historias deben evolucionar. De lo contrario, podrían decaer y ser irrelevantes ante el mundo moderno que buscan imitar. De ser así perderían el poder para satisfacer y divertir; corren el riesgo de corromperse en simples curiosidades en lugar de permanecer como una ficción esencial. (Todos han escuchado de Paul Bunyan, pero a nadie le interesa saber acerca de Paul Bunyan) Así que por favor, consideren la muerte de Jason Todd como parte de un proceso que en ocasiones es accidentado.

Es un proceso, uno que ningún escritor o artista ha experimentado antes… porque Batman, Superman y muy pronto Wonder Woman, serán los únicos personajes en la historia que han sido publicados de manera ininterrumpida durante más de cincuenta años. Realmente estamos en territorio desconocido y tenemos curiosidad de saber qué pasará ahora.

Espero discretamente y con fervor que no involucre el abrupto final de otro Chico Maravilla.

Dennis O’Neil, Noviembre 1988

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