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#TREND

Valérian: Mézières o el arte de la novela gráfica

“Con Valérian tengo todas las ventajas de la serie sin sufrir los inconvenientes. Gracias a los guiones de Christin y la dimensión espacio-tiempo de la ciencia ficción, puedo romper todos los moldes y contar cada vez historias radicalmente diferentes”.

Jean-Claude Mézières

Él hubiera podido ser contador como su padre. Sólo que Jean-Claude Mézières eligió el diseño gráfico. “Mi único placer es dibujar aquello que jamás he dibujado”, confiesa. Ya desde muy niño, el pequeño garabateaba. Después, el adolescente envió un primer boceto de una historieta a Hergé. 
La respuesta del maestro fue: “¡Sigue así!”. Así que Mézières perseveró. Colocó sus primeros dibujos en Spirou, Cœurs Vaillants
o Fripounet et Marisette, pero él seguía buscando. “En aquella época, yo era una mezcla de Franquin/ Morris/ MAD… Adoraba a Jack Davis, Kurtzman, Elder, Wood y los demás.

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UN MALVADO, UN TERCO…

Actualmente el diseño de Valérian es apreciado de forma unánime. Hay muchos que, como Gérard Klein, admiran en el cómic “la sorpresa permanente, la diversidad, la riqueza temática y visual”. Es cierto. ¡Pero cuánto esfuerzo representó llegar ahí! Pierre Christin, que conocía a Mézières mejor que nadie, reconoce que su acólito “progresa y concibe siempre en el dolor”. Quien en la vida diaria es un tipo abierto, simpático, jovial, frente a la mesa de diseño se vuelve malvado, un terco. “Mi página parece un campo de batalla. Tachaduras, borrones, pruebas y correcciones, constituyen un verdadero laberinto de líneas”.
Con Mézières el dibujo no es un lecho de rosas. “A menudo vuelvo a comenzar las primeras páginas. El motor llamado Valérian no arranca a la primera. Creo algo, después intento otra cosa y, en un momento dado, todo finalmente avanza…”. Hay que decir que Mézières se topa con dificultades a la altura de sus exigencias. Esto comienza desde el guión… incansablemente llega hasta nuestro presente. La política
y la ficción son indivisibles. No fue lo que expresó al participar en una antología de novelas cortas llamada ¡Es la Luna final! (C’est la lune finale!). ¡Toda una agenda, en efecto!

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UN DÚO DE IMPACTO

Después de cuarenta años de intensa colaboración, Christin aún se admira. “Trabajar con él es algo accidentado! Necesita un montón de etapas preliminares para ponerse en forma. Pero en cuanto llega mi guión, ahí es donde comienzan los problemas. Es muy largo… hay muchos personajes… ¡Esto no constituye una buena secuencia!”. Después sigue un largo periodo de lo que podemos llamar, en el mejor de los casos, un trabajo a cuatro manos y, en el peor, jugar a las vencidas, hasta que uno de los dos cómplices llega a un acuerdo sobre los personajes y los valores del relato. Por su parte, Mézières se justifica mucho. Un cómic no es sólo una acumulación
de dibujos yuxtapuestos. Lo que cuenta es el ritmo, el movimiento. En resumen: “Christin es el dialoguista y el guionista, pero el realizador soy yo”. A pesar de sus peleas y pese a sus dolorosos alumbramientos, hay un terreno en el que los dos hombres coinciden: la exigencia. “Mézières no se permite nada, no se concede nada. Jamás lo he visto dejarse vencer ante una dificultad”, reconoce Christin. Mientras que Mézières comenta: “Yo
sólo veo mis defectos, así que siempre tengo que volver a encender la máquina”.

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¿CÓMO DIBUJAR AQUELLO QUE NO EXISTE?

En su defensa, tenemos que reconocer que
su trabajo es inmenso. Frente a dibujantes atiborrados de documentación y compiladores de detalles, la tarea de Mézières es bastante difícil. ¿Cómo dibujar aquello que no existe? “Desde la primera viñeta de
Las Pesadillas (Les Mauvais Rêves) fui presa del pánico”, recuerda Mézières. Pierre simplemente había escrito: “Haz una hermosa y gran
imagen de la megalópolis”. ¡Sí, señor! ¿Cómo representamos Galaxity, Point Central o esos miles de planetas como Solum, el astro que se hunde permanentemente formando niveles?

¿Cómo dibujar un extraterrestre, una planta, un animal o el paisaje de un planeta que nadie ha visto jamás? ¿A qué se parece un tüm-tüm
de Lüm, un goumoun, un furutz, un zypanon, un schniarfeur? El problema de Mézières no
era reproducirlos, era inventarlos. Cuando le preguntan a Mézières sobre su método, responde en varios tiempos. Según él, antes que nada, es un asunto de carácter. “No me gusta copiar las fotos o imágenes que encuentro en Internet, como ocurre mucho en los cómics”.

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La realidad tiene para él un lado demasiado exigente.

La copia es una molestia. Y aunque a veces aceptó el reto (piensen en los innumerables paisajes y escenas parisinas de Métro Châtelet, por ejemplo), Mézières es un enamorado de la libertad. ¡Del diseño antes que cualquier cosa! ¡De la imaginación antes que otra cosa! Quizá ese sea un rasgo profundo de su personalidad. El amor por los grandes espacios estadounidenses, los cuales sabemos que han influenciado su vida, parece responder a su amor por la página en blanco, donde todo está aún por escribirse. “Me encantan”, dice, “esos momentos de vagabundeo puro en la búsqueda de una idea, de un personaje o de un elemento de decoración”.

Tal vez lo ignore, pero Mézières forma parte
de una raza de exploradores, de descubridores. Se le admirará por lo que es: un espléndido visionario. Un ilustrador de lo desconocido de formas sutiles.
Y se entiende que Christin sea el primero en rendirle homenaje. El hombre de los textos y de las palabras no lo dice: “Con frecuencia me fascinaba descubrir mi guión en imágenes”.

Por Stan Barets

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